Dispongo, Gracias a Vicente Galindo, de los textos de los trabajos premiados y este año en que el tema es LIBRE, voy a poner los primeros premios de prosa y verso y los dos premios de autor local.
Primer premio de prosa, TRAS EL PÁJARO DEL CALAR DEL MUNDO, de Pedro Gamo
Primer premio de verso, SACRIFICIO IGNORADO, de Manuel Terrín Benavides
Premio autor local prosa, LATÓN, ZINC Y CALAMINA, de Silvia Munera Palacios
Premio autor local de verso, EL DÍA DESPUÉS, de Mª Luz Soler Vázquez
Tras el pájaro del Calar del Mundo
Creo que para nosotros, los chiquillos de una aldea perdida del valle del río Mundo, el Calar del Mundo era algo así como la tierra prometida. Un lugar ciertamente inalcanzable porque allí se fundía el cielo con la montaña. Y es que el Calar era todavía más inabordable porque no estaba en nuestro horizonte, nuestra aldea quedaba muy abajo, cerca del río, y para contemplarlo, en la distancia se entiende, debíamos ascender ladera arriba hasta que llegábamos a la Peña del Halcón , donde las montañas no nos obstaculizaban su esplendida panorámica. Y allí aparecía en el horizonte aquellas tierras vastas y extrañas que casi siempre, parcialmente ocultas por grandes masas de niebla, le infundían un cierto halo enigmático.
Si mirabas para otros lados, siempre alcanzabas la misma visión, siempre los mismos pinares colonizando todo el entorno hasta las altas crestas. Pero al poniente la realidad era bien distinta. Cuando mirabas siguiendo el hueco del río, al final, allí donde raya el horizonte, aparecía la altiplanicie que se extendía hasta el infinito coronando las sierras más prominentes.
Mi abuelo, que practicaba con devoción el pastoreo, me decía: "allí crecen los mejores pastos. Los corderos engordan solo del campo. Aquello es tan grande que a las reses nadie las encierra. Solo el invierno es malo ... Entonces, - me contaba, creo que con disimulada añoranza- los rebaños los trasladan a Sierra Morena."
Cuando subíamos desde la aldea a recoger leña a principios del otoño raro era el año que en el Calar no resplandeciera un manto blanco. En el valle del río todavía el tiempo era apacible y no había amanecido ni una escarcha, y el Calar ya había recibido las tempranas nieves.
Por eso y por otras muchas razones, el Calar era una tierra extraña y ansiada al ismo tiempo. Los viejos de la aldea nos contaban a los chiquillos que allí vivían las últimas fieras. Que allí los perros llevaban, en vez de collares como en la aldea, " carlancas" llenas de clavos puntiagudos para pelear contra los lobos solitarios que merodeaban los rebaños. Nadie que escuchara aquellas historias podía quedar impasible y menos en la imaginación de un niño con tendencia a la ensoñación como parece que era mi caso.
Un vecino trampero, con el que echaba muchas tardes desapacibles de invierno mientras él preparaba los lazos y los cepos, me hablaba de las temporadas que había pasado trampeando allí arriba. Zorros canosos, "tasones" y "turacos", eran las presas más apreciadas.
Cuando terminaba la época de la caza descendían los alimañeros desde el Calar con las caballerías cargadas de pieles. Hasta atrapó un día un gran gato sin rabo "era un gato muy grande y rabote. Yo nunca había visto un gato así. .. " lo recordaba el tío Agapito con nostalgia. Reconocía que habían sido inviernos muy duros pero provechosos: "abundaban los bichos de buen pelaje y las pieles valían sus buenos cuartos" .
Mi abuelo, en cambio, no era cazador pero entendía la vida pastoril con probada vocación "Cuando aquí el monte está que echa fuego, allí- señalaba hacia el Calar con su rudimentario cayado obtenido de un brote de fresno- todavía queda yerba tierna" me recordaba mi abuelo muchas veces a lo largo del reseco estiaje.
Así podría continuar con todos los vecinos de la aldea, cada uno, a buen seguro, tenía una o mil historias que contar sobre el Calar... Allí había extraños y enormes gatos rabotes, los perro portaban al cuello carlancas llenas de clavos, y los pastos perduraban verdes y apetecibles paras las reses todo el verano. En medio del Calar había un pozo lleno de nieve todo el año, y según decían, a finales de agosto acarreaban los bloques de hielo en burros para venderlos en la Feria de Riópar. Y en ocasiones hasta había escuchado, a hurtadillas se entiende, a los viejos que hablaban de maquis y de "escondidos" que se refugiaban en las cavernas del Calar por el día. Y, que por la noche, valiéndosen de la penumbra, recorrían los caminos más apartados junto a los estraperlistas.
Aquellos sucesos, vedados para los chiquillos, también ayudaban a acrecentar los sueños de un crío. Y como en la aldea se cumplían los sueños, porque nadie creo que se obstinaba en sueños irrealizables: una tarde mi abuelo me anunció lo que yo estaba deseando desde que tenía uso de razón: "mañana me acompañarás al Calar", me dijo. Aquella noche miento si digo que llegué a reconciliar en algún momento el sueño, me acosté ya ansiando que amaneciera.
Llegó pronto el alba y emprendimos ruta en compañía de la arisca borrica de pelaje rucio que, años más tarde, me derribó y en la caída me disloque la muñeca izquierda.
A lo largo del camino mi abuelo me explicó a qué se debía ese repentino desplazamiento. Tenía la necesidad de "cambiar la sangre" en su hato de ovejas. Total que con las primeras luces del amanecer ascendimos río arriba e hicimos el primer descanso a la altura de los Picos de los Enamorados, enfrente de la fuente del Golerón, donde a diferencia de nuestro valle, allí los chopos ya se tornaban amarillos y advertían de la inmediata llegada del otoño.
El próximo descanso lo hicimos a la salida de la aldea de Mesones, antes de proseguir el trayecto que remontando el arroyo de la Celada culmina en el Balcón de Pilatos.
No me detendré en aportar detalles del fatigoso viaje que nada aclara sobre nuestro periplo. Solo apuntaré que en un bosquecillo ya cercano al Tejo Centenario sorprendimos en su huída a un grupo de carneros salvajes (muflones), y que cuando saltamos el Cerro de los Tornajos, junto a vacas y ovejas desperdigadas entre el crecido pasto de las toreas , contemplamos el galope tendido de una manada de caballos asilvestrados: aquello sin duda era como otro mundo, otra realidad, al menos para mi entendimiento. Cuando alcanzamos nuestro destino, en las proximidades de la Fuente del Buitre, los últimos rayos de sol declinaban tras el imponente Pico del Argel. De la tienda salieron dos pastores a nuestro encuentro, escoltados por un par de nobles y robustos mastines, que como me habían contado tantas veces en la aldea, de sus cuellos prendían collares muy especiales: ribeteados de agudas leznas. Al llegar, yo me entretuve curioseando por los alrededores... hasta que reconocí el silbido penetrante de mi abuelo. Los pastores animaron la fogata arrojando brazados de ramas de carrasca y echaron tortas entre las ascuas para guisar unos galianos con liebre y paloma torcaz.
Mientras dábamos buena cuenta de los galianos, que por cierto estaban como para chuparse los dedos, junto al fuego escuché relatos de toda clase y pelaje y aquello solo hizo acrecentar mi interés por los Calares. Desde allí se percibía el mundo - al menos el mío, el que yo alcanzaba a comprender - de otra manera. Aquellas tierras de horizontes abiertos estimulaban la ilusión. En nuestra aldea, donde vivíamos, el único contorno que yo conocía, se sentía uno como aprisionado entre abruptas sierras que ahogaban el valle, mientras aquellas vastas tierras de la altiplanicie invitaban a la fantasía.
"Saldremos de madrugada, con la fresca" me reveló mi abuelo cuando procedíamos a instalamos cada uno sobre un resguardo del umbráculo.
Aquellos hombres, ciertamente rudos, eran generosos a su manera y tuvieron la deferencia de ofrecernos a nosotros, sus huéspedes, los mejores rincones para extender la "manta retalera".
Con los primeros claros de la mañana reatamos un par de carneros a la burra, unos moruecos como no había visto nunca hasta entonces, eran muy lanudos y recios, y uno de ellos tenía los cuernos anillados sobre las orejas.
En vez de carneros que yo reconociera del valle, me parecían ser primos de los carneros salvajes que habíamos sorprendido la tarde anterior en el bosque, aunque la verdad es que huyeron tan veloces que apenas me pude fijar mucho en ellos.
A partir de este precipitado viaje al Calar, siempre que subía al cerro, a buscar leña, setas o a echarle una mano a mi abuelo con el rebaño, me quedaba ensimismado, con la mirada dirigida hacía el mismo lugar, hacia aquellas cumbres que ya desde principios de otoño siempre aparecían entre brumas.
Allí había rebaños de carneros salvajes, mastines que peleaban a muerte con lobos solitarios y hasta hice el ridículo y me extenué corriendo tras el "Chotacabras". De todas las peripecias del viaje, se me quedó una escena especialmente grabada de aquellos pastores toscos, con barba de varias semanas o quizá meses, que entre chupadas a los petardos de tabaco verde y tragos de la bota, reían a pata suelta a mi costa, cuando el mayoral - un hombre muy talludo y ciertamente guasón - les pormenorizaba que yo había estado toda la tarde corriendo tras el Chotacabras. "El chiquillo se dejaba el culo hostigando al engañapastor" les reiteraba entre sonoras carcajadas. Por un buen rato me llegué a sentí desalentado, ciertamente dolorido. Pensaba que ellos creerían que era el crío más tonto que habían visto nunca, y más cuando yo gozaba de cierta fama de pajarero entre los chiquillos del valle.
Aunque a lo largo de la noche entendí que los pastores hacían aquella guasa sin ninguna malicia y terminé por reírme de mí mismo. Hasta mi abuelo les seguía la corriente: "Solo trataban de abrirme los ojos, pues aseguraban que los tenía hinchados de pan", como luego me reveló el abuelo al regreso. La verdad es que hasta uno de los ovejeros que, después fue el que más se burlaba de mí, me animó a seguir tras el pájaro "desvalido". Tengo que reconocer/o: aquella tarde corrí como loco tras el Chotacabras, que con buen criterio ellos llamaban "engañapastor", y que parecía a toda luces que estaba alicortado, pues solo alzaba un vuelo torpe y yo corría entusiasmado con el anhelo de echarle el guante. El pájaro me tomó el pelo y cuando se hartó de que lo incomodara y persiguiera voló muy lejos y quedé con cara de bobo. Luego, por la trasnochada, cuando aquellos hombres se partían a mi costa, caí en la cuenta que el "engañapastor" a los únicos que ya nunca engaña es a los propios pastores.
Más de treinta largos años han pasado desde entonces y, por razones diversas que no viene a cuento enumerar, yo vuelvo a los Calares del Mundo y de la Sima con cierta frecuencia, y todavía, cuando regreso, sigo percibiendo aquella sensación de estremecimiento, si se puede llamar así, que experimenté la primera vez.
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SACRIFICIO IGNORADO”
Hoy pienso en una niña que otro día
mezclara con los rayos de la aurora
su sonrisa festiva, triunfadora,
y el eco de una bella fantasía.
En este espejo estúpido se amplía
el antes y el después de una señora
que por tener el alma soñadora
remaba entre la prosa y la poesía.
Nada vuelve hacia atrás. Las ilusiones
se pierden sin piedad por los rincones
y un día es sucesión del anterior.
Amas de casa: sombras sucesivas
que hacia la nada partirán, cautivas,
con viento de renuncia alrededor.
Gastar la vida sin haber vivido
por las calles de ayer entre le gente.
Amar con ansiedad, profundamente,
cuando ya ni el amor tiene sentido.
Con la hierba marchita hacer un nido
y colgarlo en las ramas de poniente.
Acabar como presa indiferente
en los dientes del perro del olvido.
Ser siempre ama de casa sin reproche.
Gastar la vida - seca enredadera -
alrededor del eje de la noria.
Y luego, bajo el yugo de la noche,
esperar una nueva primavera
sin flores, sin orgullo, sin historia.
Me miro en el espejo. Se han hundido
tras el cristal los años con mi sueño
y el corazón lo encuentro más pequeño
cada vez que entre lágrimas lo mido.
Temiendo estoy que el río del olvido
se convierta en mi amante y en mi dueño.
Por mucho, amigas mías, que me empeño
mi ilusión contra el viento se ha rendido.
Aquí sentada, cuerpo de desgana,
contemplo mi historial con ironía,
hundido en lo más hondo de la mente.
y así continuaré cada mañana,
rosa de caridad, hasta que un día
el espejo se rompa eternamente.
Me he mirado de nuevo en el espejo
donde me vuelvo a ver cada mañana
y contemplo en su azogue la desgana
del sol que en los cristales se hace viejo.
Del paso de los años no me quejo
ni de romper la luz tras la ventana
Me quejo de esta triste carne humana
como una historia muda, sin reflejo.
¿Quién he sido? Una abeja sin horario,
el lento repicar de un campanario
que repite lamentos cada día.
¿Quién he sido? El robot-de la rutina,
alguien que hace camino y no camina,
anónima mujer: monotonía.
Ha bajado la lluvia a la llanura
como un himno de paz - o de tristeza -
y el viñedo levanta la cabeza
para besar las nubes con cordura.
Llueve. Palabras torpes de censura
bajan del cielo con la eran certeza
de que aquí todo acaba donde empieza
y el cansancio es lo único que dura.
Hay un río tristísimo que llora,
un ocaso que quiso ser aurora
y agoniza entre el tedio de la gente.
Mientras se va agotando la esperanza
de componer un salmo de alianza,
llueve en mi rostro compasivamente.
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Latón, zinc y calamina
Llegó
con bastante antelación al aeropuerto de Schwechat, Viena: la
emoción del viaje no le había dejado pegar ojo en toda la noche;
se
sentó en la sala de espera y revisó en su billete la hora de
embarque,
pero
aún más de media de hora, e inquieta, repasó mentalmente que no se
hubiera olvidado de nada.
Rebuscó
en su bolso cerciorándose de que tenía todo en orden: pasaporte
(austriaco, aunque sus ojos oscuros, su atezada piel y su melena
castaña delataran su hispánica procedencia)
billetes, (llegaría a Madrid sobre mediodía, y si no había
retrasos tendría tiempo suficiente para llegar al tren que la
llevaría hasta la ciudad de Albacete), destino (una vez allí
tendría que coger un autobús que llamaban algo así como La
Montañesa ... para finalmente
llegar a él: Riópar, al sur de la provincia).
Era
la primera vez que visitaba España, aunque de alguna manera siempre
había sentido el vínculo, y es que mamá siempre le había
contado los cientos de historias que la abuela relataba de su
juventud en Riópar: cómo se sucedieron los cambios tras la
fundación de la fábrica,
cómo
se aceptaron las nuevas tecnologías y también cómo añoraría años
después ver el sol que despuntaba cada mañana por los Picos del
Oso,
mientras el valle, aún en umbría se iría deshaciendo poco a poco
de la escarcha de la noche anterior ...
historias
que le habían hecho creer que conocía cada rincón de aquel pueblo
serrano pero también cada rincón de aquel idioma.
Una
vez comprobado que tenía todo en orden, se tranquilizó; entonces
megafonía anunció el embarque y el vuelo partió con puntualidad.
Durante el trayecto, Elia
recordó a su abuela, de la que no sólo había heredado aquellos
ojos oscuros ... también le había dejado una caja muchos, muchos
años atrás,
una
caja cuyo contenido no podría descubrir hasta que se encontrara en
Riópar y que, al fin
y al cabo, era el motivo de su viaje ...
La
abuela Dolores, fue siempre una mujer de carácter, viva, decidida,
que anhelaba más que nada conocer mundo y dejar atrás la vida
rural, por eso y porque en el momento justo, se cruzó en su camino
aquel extraño hombre
de pelo platino y sonrisa perfecta que chapurreaba en un castellano
ininteligible, pero que la cautivó. Desde ese primer momento, supo
que sería su marido. Aquel hombre en cuestión, era un ingeniero
austriaco, Franz Leisser, que acompañaba a un tal Juan Jorge
Graubner en el invierno de 1770 y pico, otro austriaco que con un
gran proyecto en mente y el consentimiento de Carlos 111,
había
obtenido el permiso para la construcción de una fábrica pionera en
España para el tratamiento y manufacturación del latón.
Estos
foráneos,
que
en un principio los vecinos miraban con escepticismo y curiosidad,
bien presumían que su factoría traería el éxito y la riqueza a la
pedanía aunque, en parte, no estaban muy desencaminados, pues
posteriormente serían conocidas como las Reales Fábricas de San
Juan de Alcaraz.
El
vienés Graubner y su séquito de metalúrgicos y orfebres
broncistas, en su mayor parte alemanes y franceses,
consiguieron
efectivamente que los habitantes de la colina se trasladasen
paulatinamente al valle en busca de formación y trabajo, abandonando
poco a poco el núcleo medieval y abrazándose al progreso. Así fue
como nació el actual pueblo de Riópar ...
al que Elia, después de tan largo viaje, por fin, había llegado.
Se
bajó del autobús en un paseo flanqueado por plataneros, en cuyas
ramas empezaban a brotar las primeras hojas de la primavera augurando
una generosa sombra. Los chiquillos 'cascurreaban' en los bancos y un
grupo de mujeres, escoba en mano, arrían la calle entre marujeos y
risas.
Respiró
hondo y se sintió como en casa.
Había
llegado a su destino y
por
fin podía descubrir el contenido de la caja que la había traído a
esta remota pedanía, pero antes tenía que conseguir la llave que
abría la cerradura, pues la abuela, antes de marcharse de Riópar
había escondido una copia y
la
otra se la llevó consigo. Una vez metido el contenido dentro se
deshizo de ella asegurándose así de que la única forma de abrirla
sería estando en Riópar.
..
la única pista que tenía para encontrarla era que se hallaba
escondida entre números y
manecillas.
Pero ... dónde podría encontrar un reloj de esa época. Exasperada,
decidió dar una vuelta por el silente pueblo; paseó por las
despejadas calles, de las fuentes fluían caudalosos caños de agua
que ponían música a su camino,
nuevas
casas de piedra habían sido erigidas y
el
pueblo había crecido mucho ... pero aun así, le bastaron sólo unas
cuantas travesías para dar con el reloj,
¡claro!
ese
tenía que ser, así que subió corriendo la calle de los Jardines y
allí
estaba, el desempleado reloj de 'Casa
Grande'; oxidado y
revuelto
entre el polvo y
la
maquinaría,
allí
estaba el llavín.
Regresó
lo más rápido posible al hostal, y
expectante
abrió la caja con mucho cuidado.
Ante
ella se descubrió el ansiado contenido: libros mercantiles de la
fábrica, dibujos, apuntes a mano, planos, formularios químicos...
pero
lo que más le llamó la atención fue un croquis de un objeto de
gran belleza, una pieza única: un candelabro con gravados a cincel y
relieves
de ángeles de un valor incalculable. Entre todo el valioso
contenido, también se encontraba una carta que la abuela dirigía a
su nieta, un pliego con un encargo:
Querida
Elia,
Si
puedes
leer esto, es porque estás en Riópar y encontraste la llave. Bien
hecho.
A
través de esta carta comprenderás el motivo por el cual nos vimos
obligados a abandonar este maravilloso lugar y emprender una nueva
vida en Austria.
Entenderás lo que dejamos atrás y podrás
reclamar lo que te pertenece, el legado de tu familia.
Como
bien sabes, tu abuelo Franz llegó a Riópar en los inicios del
funcionamiento de la fábrica. No
tuvimos
problemas para casarnos en seguida y vivimos desahogadamente en los
primeros años de nuestro matrimonio ya que a los extranjeros se les
proporcionaron privilegios y propiedades para que no sintieran deseos
de volver a su país.
Tu
abuelo fue un ingeniero virtuoso que rápidamente se convirtió en la
mano derecha del director de la fábrica. Diseñó prácticas
máquinas que facilitaban el tratamiento del mineral e incluso
dirigió la construcción de una presa en El Laminador, con una gran
rueda que movía parte de la maquinaria...
en pocos años Graubner vio en él, más que a un amigo, a un
adversario, pues por aquel entonces el abuelo investigaba con éxito
las proporciones en los distintos materiales en las aleaciones y
nuevos procesos de elaboración del latón, zinc y calamina. Obtuvo
importantes mejoras en las propiedades de los metales, que le dieron
mayor valor dada su exclusividad en Europa, hasta el punto de poder
equiparase con el oro.
Graubner
empeñó toda su fortuna en la creación de las fábricas, pero era
necesario más dinero y no dudó en requerir más presupuesto al rey
que pronto vislumbró el potencial de esta industria y, sobre todo,
los beneficios que se podían conseguir para España, de modo que por
disposición real Alcaraz tuvo que hacer frente con los gastos. Desde
aquel momento empezó el declive de la fábrica, pues la mala gestión
y el espíritu altanero del director, desencadenaron la guerra entre
Graubner y las autoridades alcaraceñas.
Al
margen de las disputas, tu abuelo no descuidaba los trabajos y
funcionamiento de la fábrica, y, vistas a una mayor promoción a
nivel europeo, se encargó de la elaboración de una pieza exclusiva
y maravillosa, realizada justamente con el nuevo tipo de aleación
fruto de sus investigaciones. El objeto lo enviarían a la Exposición
Universal de París de 1780 ...
iniciativa
que el rey aplaudió, pero que hizo que Juan Jorge se sintiera
amenazado viendo cómo su imperio se venía abajo, de modo que no
dudó en poner fin a su competidor, no sin antes hacerse con sus
descubrimientos.
Franz
vio venir el peligro al que nos enfrentábamos y, atemorizados por
las amenazas, tuvimos que fugarnos una noche, llevando lo
imprescindible para el viaje de vuelta a Austria y dejando atrás
nuestra vida y nuestro hogar ... con gran pesar también tuvimos que
dejar la preciada pieza que tu abuelo escondió meticulosamente.
Y
este
es el motivo que te ha traído hasta Riópar, tu misión: encontrar
el candelabro y hacerla público, para que se reconozca la labor que
tu abuelo realizó en la fábrica pero que Graubner se encargó de
borrar de la historia.
Estupefacta
por lo inverosímil del relato, Elia,
aún
boquiabierta no sabía qué hacer.
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EL
DÍA DESPUÉS
(HOMENAJE
A LAS VÍCTIMAS DE "CUALQUIER" TERRORISMO)
OSLO,
LONDRES, MADRID, NUEVA YORK,
TIMOR, NAIROBI, EL CAIRO, TOKIO,
HEBRON,
BOMBAY, BUENOS AIRES,
LOCKERBIE,
BARCELONA, BEIRUT,
BOLONIA, MUNICH
BOLONIA, MUNICH
Llueve.
En
muchos rincones del Mundo llueve.
Llueve
a cántaros.
Llueve
mansamente.
Simplemente llueve ...
Simplemente llueve ...
Llueve
como si "EL
CIELO LLORASE"
Ante
LA BARBARIE.
Ante
EL SINSENTIDO.
Ante
EL TERROR.
Ante
EL DOLOR.
Ante EL MIEDO.
Ante EL MIEDO.
Ante
EL SUFRIMIENTO.
Ante
TANTAS INJUSTICIAS ABSURDAS.
Llueve
como si "EL
CIELO SINTIESE"
tantas MUERTES.
tantas MUERTES.
Las
de hoy.
Las
de ayer.
Las
de todos los días.
Las
que tienen nombres para nosotros.
y las borrosamente anónimas.
y las borrosamente anónimas.
Las
conocidas,
y
las injustamente silenciadas.
Llueve
como si "EL
CIELO GRITASE"
para DESPERTARNOS
de
nuestra INDIFERENCIA,
de nuestra COMODIDAD,
de nuestra CERRAZÓN,
de nuestra COMODIDAD,
de nuestra CERRAZÓN,
de
nuestro SILENCIO COMPLICE.
Llueve
para "HACER
CRECER"
la ESPERANZA,
la
SOLIDARIDAD,
el
COMPROMISO
para
construir un mundo
donde
TODOS
PODAMOS VIVIR
Y
Y
VIVIR
EN PAZ.
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