domingo, 6 de marzo de 2016

6/03/2016.- Certamen Literario 2008



No hay fotos pero tenemos vídeos de todos los premios, salvo el segundo de verso porque no se recogió.

El tema de esta edición fue RIÓPAR

Fuera de concurso se presentó el trabajo PINCELADAS DE RIÓPAR, autora Paquita Lamadriz

A continuación de los vídeos se incluyen los textos galardonados con el primer premio en prosa y en verso:

Primer premio de prosa de título REGRESO y original de Mario Artesero García

Primer premio de verso titulado QUIETUD, de este su seguro servidor.



















REGRESO

Caía la tarde cuando el coche dibujó la curva de El Laminador; señal inequívoca de que estábamos llegando. El murmullo del aire colándose por la ventana entreabierta cerraba los ojos de Marcos como una canción de cuna. Le hice sacudirse el sueño para que contemplase el valle convertido en una inmensidad dorada a punto de fundirse con el horizonte incandescente. Subimos la cuesta de la era. Ya estábamos en Riópar. Lo celebré inhalando hasta la profundidad de mis pulmones el aire templado que nos daba la bienvenida y saboreé cada uno de sus aromas: a tomillo, espliego y romero; a atascaburras, a migas ruleras y a ajo pringue; a pino agreste, a olmo y a olivo; el del río Mundo y también el olor oxidado de las pobres fábricas marchitas; el aroma de mi pueblo, mi bendito pueblo que llevaba tantos años sin acariciar. 
Recorrimos despacio la calle Valencia como si fuésemos en una comitiva. Los recuerdos me iban poseyendo sin preguntar. Recuerdos casi olvidados de una feliz infancia; la mejor que pude tener y que pude llegar a desear. Sin embargo, una pequeña punzada de tristeza me pellizcó al final de la calle. Los restos cerrados del bar de Manolo descansaban en paz en su esquina de la calle Valencia con el Paseo de los Plátanos. ¡Cómo me hubiera gustado saborear un sola vez más el sabor de aquellas cortezas asadas al horno, únicas en el mundo! Debí estar un buen rato recordando hasta que mi hijo me sacó de mi ensimismamiento. 
-Papá, ¿estás bien?
-Perfectamente, Marcos. Ven.
Marcos era más alto que yo así que tuve que esforzarme para ponerle la mano en el hombro y que me acompañase. Dimos la vuelta a la esquina y bajamos unos metros hasta lo que fue El cine de Emiliano, sobre cuyos restos ahora se levanta el bar del "Manazas", ya también cerrado. Allí vi mi primera película una tarde de verano. Nunca antes había ido al cine. No sabía ni que era eso, pero sí que mis padres parecían muy contentos cada vez que se vestían para ir a ver una película. 
Cuando entré en la oscuridad de la sala, el susto casi me mandó el corazón a hacer gárgaras. Aquel gorila gigante se iba a engullir a aquella pobre chica que sostenía sobre la mano, de un solo bocado. Y como eso no le quitaría el hambre, después era seguro que me tocaría a mí. Quise salir de allí corriendo y no parar hasta llegar al fin del mundo o a cualquier otro sitio donde no me pudiese seguir aquel gorila tan enorme. En lugar de eso me agarré a la pierna de un señor que, en ese momento, entraba en la sala. 
¿Pero cómo podían ir mis padres tan felices y contentos a un lugar habitado por monstruos salvajes tan horrendos? Mi padre se agachó junto a mí hasta estar a la altura de mis ojos. 
- ¿Somos cobardes o somos valientes? Ese gorila no puede hacerte nada porque no puede salir de la pantalla. Te vas a perder algo maravilloso si dejas que el miedo te pueda. Hazme caso, vamos dentro. 
Solté la pierna de aquel señor y dejé que la oscuridad de la sala me engullese cogido de la mano de mi padre. Y cuando King Kong trepaba a lo alto de Empire Estate, estaba tan absolutamente fascinado por la pantalla que ya había comenzado la vida que después escogería. 
Marcos entró en el coche desternillándose de la risa, probablemente de imaginar a su padre agarrado a la pierna de un señor desconocido. Le había pedido que fuese al restaurante a reunirse con la productora que ya llevaba dos días en Riópar organizando el rodaje, y me excusase por llegar algunos minutos más tarde. Tenía una última puerta que visitar antes de que comenzase todo el jaleo y quería hacerlo sólo. 
A pesar de los cristales rotos, las puertas desvencijadas, la tibia oscuridad que manaba de los agujeros de sus ventanas maltrechas; de ser sólo un esqueleto de lo que fueron, las fábricas todavía eran capaces de erguirse orgullosas sobre el edificio que tanto contuvo durante mucho tiempo, hacía tan poco. El silencio de la calle me trajo el eco de los martillazos, el calor de la fundición, el siseo del metal forjado al enfriarse con el agua mansa. Tan mansa como la mañana de la partida. El único recuerdo doloroso que tengo de ni mi niñez, en aquel crudo invierno de 1938. 
Tenía once años. Y a esas horas yo debería haber estado dormido si la sed no hubiese despertado mi sueño. Cuando fui a la cocina a por agua, vi la luz encendida del salón y escuché las voces de mis padres. Era demasiado tarde para que estuvieran despiertos. Me detuve inmóvil en el pasillo, como una estatua de cera. La voz de mi padre sonaba grave. Nunca había sonado así. 
- Cierran. Ya es seguro. 
- Y ¿qué vamos a hacer? 
- Mi primo me ha conseguido un trabajo de operario en la fábrica donde trabaja. 
-Y, ¿tú que sabes de telas? Eres forjador. 
-Yo soy lo que haga falta. 
-Está bien. Si tenemos que irnos, nos vamos. No pasa nada. El cielo es el mismo en todas partes. 
-¿Cómo se lo diremos a los críos? ¿A María? Con lo pequeña que es, seguro... 
-Yo se lo diré. Verás como lo entienden. María es muy madura para su edad. 
Esa era la cualidad que más admiraba en mi madre. Por muy mal que fuesen las cosas, ella siempre podía convencerte de que nada resultaba tan malo como parecía. Mi madre era una mujer maravillosa. 
La mañana de la partida fue la más cruda de aquel crudo invierno. Hasta el aliento se congelaba en el aire. Colocamos muy despacio y en silencio las maletas en nuestro viejo coche. Habíamos nacido y crecido en Riópar, no queríamos estar en ninguna otra parte del Mundo. Y Madrid estaba tan lejos como el pasado más remoto. 
La pobre María no pudo contener un mar de tristeza en sus ojos. 
-¡Odio las fábricas, las odio! ¡Ojala revienten para siempre! 
Gritó tanto que la hubieran podido oír en el Manojal. Mi padre se agachó frente a ella hasta que los ojos de ambos estuvieron a la misma altura. 
- No las odies. Sobre todo, no las odies. Nadie tiene la culpa de morir. Las fábricas tampoco. Así que no las odies. 
La voz de mi padre no pudo aguantar. Antes de terminar la frase, se quebró con la fragilidad de una ramita de cristal. Le puse despacio la mano sobre su hombro. 
- Vamos, papá. ¿Somos cobardes o somos valientes? 


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QUIETUD


La Fábrica bosteza en el Museo
de ese estatismo y el “far niente” vano;
de todos los mirones que, en verano,
deambulan sus entrañas, de paseo.

Llamando a gritos a los visitantes
máquinas y herramientas se revelan;
¡que renazca el taller!, ¡que vuelvan –ruegan-
el estruendo, el calor,… igual que antes!

Pero todo es en vano y en las salas,
como mucho, se escucha el cuchicheo
y mil pasos pausados, o el gorjeo
de un pájaro cantando en las ventanas

El martillo está quieto, no golpea,
ni el buril ni el cincel su senda labran
y las arenas en el molde aguardan
en vano la colada en la piquera,

y el crisol, sin calor, ya no atesora
el refulgente sol, metal fundido
y aguarda con su vientre desnutrido
recordando otros tiempos que ahora añora.

Ya no cede su fuerza el agua pura
del caz a la turbina, ya no gira,
el eje quieto la polea no tira
ni dando luz vence a la noche oscura.

Los tornos sueñan giros que se han ido,
las prensas cosas que aplastar sin duelo
y allá se están, entre techumbre y suelo,
nostálgicos del tiempo ya perdido.

Tampoco el alma de las fundiciones
tuvo más suerte pues está apagado;
es el horno que nunca se ha olvidado
del color de metales y aleaciones

Y descansa sin luz, sin vida, sin aliento,
Dormido en el calor de la memoria
esperando que el fuelle de la historia
sople sobre su vientre somnoliento

Pero todo es en vano, sus entrañas
no volverán a ver subir la llama
por más que eleve su mejor proclama,
por mas que sueñe tretas y artimañas.

Y allí olvidado en un rincón precario
soñando devorar gangas y menas
como hiciera en épocas más buenas
descansa al fin su cuerpo refractario.

Mas no todo ha de ser desesperanza,
mas no todo será penas y duelos.
nostalgias, aflicciones desconsuelos,
y recuerdos dolientes, y añoranza…

Porque aún destella con sus reverberos
la llama que en el horno ya no alienta,
ciertamente está viva y aún calienta
el corazón de todos los obreros


























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